Me deshago. Me deshago y no me
conozco. Y me doy cuenta una vez más de que no me conocía. Todo lo que fui,
todo lo que me identificó, toda la narración que me he hecho de mí misma.
Observo como me aferro al último
personaje con uñas y dientes. Una bonita creación, más sofisticada y compleja
que todo lo anterior.
El personaje que sustituyó al
personaje, que sustituyo a ese otro personaje. Y ese a otro, y a otro, y a otro.
Toda una sucesión de identidades yacen
ahora a mis pies como muñecas rotas, me miran con sus ojos de botón cosido, la
piel de tela abierta, las costuras deshilachadas.
Toda mi historia personal carece
de sentido. Salvo que el sentido sea esta disolución profunda. Llegar a este
lugar donde todo desaparece.
Observo mi mente, como se empeña
en el sufrimiento. Como si ese fuera un mejor lugar que este vacío de no saber.
Como si fuera mejor escuchar lo que me cuenta: Que estoy separada. Que estoy
desconectada. Que estoy sola, con esa clase de soledad del que se siente
excluido. Del que no se siente bien recibido. Del que cree que tiene que ser
otro para que le quieran. Del que siente la vergüenza de ser erróneo.
Como si algo no estuviera bien. Como
si estar vivo no fuera bastante. Como si poseer un corazón que late y ama y te
sustenta no fuera bastante. Como si estar aquí no fuera bastante.
Escucho a mi mente que me dice “Coge
un trocito de tela, uno bien bonito. Cósele dos botones en los ojos, que sean
brillantes. No los que te gustan a ti, sino los que les gustan a los otros. Los
otros. Cose apretado para que dure, con el hilo doble. Haz una nueva muñeca. Y
que no sea gorda. Y que sonría. Y que diga cosas profundas y especiales. Sí,
que sea especial, sobre todo que sea especial…”
Pero estoy cansada. Estoy muy
cansada. Estoy muy muy cansada. Tal vez es necesario estar así de cansada para
rendirse.
Así que me voy a tender en este
vacío, en esta disolución. En esta nada que es el magma caliente del que surge
el todo. Me voy a quedar en este silencio sintiendo como me deshago, hasta que
todo lo que creía ser sea absorbido por la tierra. Hasta saber con certeza que
nada me pertenece, y que por lo tanto carece de sentido aferrarse. Hasta saber
con certeza que no sé nada, que no sé nada.
Y si un día el Misterio me mira a
los ojos, que no se encuentre dos botones cosidos, sino un Misterio, el mismo
Misterio, el que deshace el error fundamental de la separación. El que permite que
sintamos que siempre fuimos Todo, que siempre fuimos Uno.