Un día miras tus botas y las ves tan viejas, tan rotas que sientes que ya no puedes avanzar ni un paso más. Demasiado tiempo sosteniendo la alegría como una bandera, como un camino, como una fe.
Empujando la vida que se empeña (eso crees) en detenerte. Y te rindes. Sin más. Te entregas a lo que ES, sea lo que sea eso. Y a lo que ES le llamas tristeza, por ejemplo, mucha tristeza desatendida, un océano profundo de lágrimas.
Y sí, te entregas. Renuncias a toda lucha y agotas el sentir hasta más allá de lo que creías posible, hasta el fondo, hasta la extenuación.
Y de pronto sientes que en esa profundidad hay algo más, también hay paz allí. Hay una paz inesperada, antigua, acogedora y eterna. Una Paz que es como volver a casa, que sabe a hogar.
Vuelves a echar un vistazo a tu alrededor, desde esa rendición, desde esa paz, y es entonces cuando de verdad Ves.
Ves la vida brotando por todas partes, la vida fluyendo sin necesidad de ser empujada. Y te das cuenta de que la alegría, la tristeza, el amor o el mero hecho de existir no requiere esfuerzo.
Entiendes lo que es la Rendición, ese extraordinario momento en que sabes, sin lugar a dudas, que lo que ES es tan perfecto que no necesita ser modificado.
Que tan sólo se trata de bajar los brazos, respirar profundo y Ver, Sentir, Estar, Ser.
Y es entonces cuando ERES con TODO y la Vida te atraviesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario