Desde hace cien años, cada noche
nos entramos en las sábanas y apagamos el día
Nuestros pies se enredan y tu mano
acaricia despacio la curva de mi vientre
Y así, entregados al amor, desvestidos de los cuerpos
nos fundimos en el sueño y sus misterios.
Como cada noche, desde hace cien años
tus dedos se acurrucan en mi vientre y ahí se duermen
En el dulce refugio que un día fue
fruta lozana cargada de semillas
Y hoy quisiera ser para siempre
tan solo el recipiente gozoso de tus besos
y el mullido lecho donde tu mano reposa.
Ahora, después de tantas estaciones pasadas en tus brazos
sé que el invierno ya no nos abandonará nunca
Y recuerdo, aún recuerdo
el primer soplo fragante de la primavera
el destello del sol de agosto en la espuma de las olas
la miel dorada de la luz tendida
sobre la alfombra crujiente de las hojas de otoño.
Y sin embargo me deleito
en la delicada geometría de los árboles desnudos
contra el blanco radiante de la nieve
O contemplando tu sonrisa entre el humo que soplo
sobre la taza de té a media tarde.
Me deleito cuando tu mano hoy,
como cada noche desde hace cien años,
acaricia despacio la curva dormida de mi vientre
Y despierta un enjambre de temblores
Y me deja un tesoro de besos.
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