En el 2004 Jorge Drexler nos explicó, con una sencillez y una profundidad insuperable, la conexión que existe entre todas las cosas. Nos hizo sentir que habitamos un Universo conectado y con sentido, como una enorme y hermosa maquinaria engranada por una inteligencia superior, fluyendo con facilidad al ritmo del corazón, del vaivén de la vida.
Cuando escuché por primera vez esta canción algunos mensajes se inscribieron en mí de una forma indeleble. Que el amor es un flujo que circula libre y sin fronteras, alimentando tanto al que lo da como al que lo recibe. Que el universo es justo y está en armonía y que no necesariamente te devuelve lo que diste por el mismo cauce, pero siempre te lo devuelve. Que la certeza de ese equilibrio nos hace más desapegados, más confiados, más conscientes, más felices. Que el amor no es posesión, sino entrega. Que nada se pierde, que todo se Transforma.
Tu beso se hizo calor,
luego el calor, movimiento,
luego gota de sudor
que se hizo vapor, luego viento
que en un rincón de La Rioja
movió el aspa de un molino
mientras se pisaba el vino
que bebió tu boca roja.
Tu boca roja en la mía,
la copa que gira en mi mano,
y mientras el vino caía
supe que de algún lejano
rincón de otra galaxia,
el amor que me darías,
transformado, volvería
un día a darte las gracias.
Cada uno da lo que recibe
y luego recibe lo que da,
nada es más simple,
no hay otra norma:
nada se pierde,
todo se transforma.
El vino que pagué yo,
con aquel euro italiano
que había estado en un vagón
antes de estar en mi mano,
y antes de eso en Torino,
y antes de Torino, en Prato,
donde hicieron mi zapato
sobre el que caería el vino.
Zapato que en unas horas
buscaré bajo tu cama
con las luces de la aurora,
junto a tus sandalias planas
que compraste aquella vez
en Salvador de Bahía,
donde a otro diste el amor
que hoy yo te devolvería...
Cada uno da lo que recibe
y luego recibe lo que da,
nada es más simple,
no hay otra norma:
nada se pierde,
todo se transforma.
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