Tú me miraste, ladeando un poco la cabeza, y parpadeaste un par de veces, tal vez sorprendida por ese hilo de luz que oblicuamente recorría el espacio.
“Ya pasó el invierno”, repetí, a modo de despedida. No añadí que a estas alturas el invierno para mí no es una estación de paso, sino el lugar donde habito. No añadí que a mi edad el tiempo vuela, pues no habría sido capaz de hacer lo que hice.
Así que abrí la puerta de la jaula y permití que de un salto (perfecto, preciso, veloz) conquistaras el aire y, en un instante, te tragara la primavera.
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